La mañana del 4 de agosto de 1892 Andrew Borden y su mujer, fueron asesinados de forma brutal: ambos fueron encontrados con partes de su cuerpo desfigurados, tal como si los hubiesen cortado con un hacha. Tal escena estremeció a la gente de aquella época y de aquel estrato social, ya que eran de una clase alta.
No habían muchos sospechosos, hace poco más de dos años habían contratado a una sirviente, Bridget, quien con el tiempo fue formando una amistad muy intima con Lizzie, una de las hijas de Borden.
Borden era un hombre sumamente controlador, machista y a pesar de que tenía buen pasar no era amigo de las excentricidades, ni siquiera era partidario de que su casa contara con luz eléctrica. Cuando se enteró de que una de sus hijas mantenía una relación secreta con la empleada su malestar lo hizo saber de inmediato, de una forma bastante poco cuidadosa.
Esta historia fue traída a la pantalla grande siendo Chloe Sevigny y Kristen Stewart las encargadas de dar vida a esta trama cargada de malos tratos, humillaciones y sangre.
El director de esta dramática película con ciertos tintes de thriller es Craig William Macneill. Si realmente te dedicas a leer la historial real te darás cuenta de que no varía tanto con lo retratado acá. Según la historia real, Lizzie no fue condenada porque el pueblo entero no podía creer que una mujer de tal renombre social fuese capaz de ser tan macabra, sin embargo, ella en conjunto con Bridget son una especie de antiheroínas dentro de una historia llena de machismo y abusos (tanto físicos como psicológicos).
Si viste anteriormente algún documental o la película referente a la famosa matanza de Kansas y te interesó esta también lo hará, también si leíste “A sangre fría” de Truman Capote. Realmente es una película que te mantiene expectante en todo momento, te expone flash back que te hacen olvidar de la actualidad de la historia y esos saltos de provocan una confusión que no es desagradable, si no que todo lo contrario, te ayuda a estar más alerta a los detalles y acciones de las protagonistas y su familia.
Por Grace Aravena
